viernes, 31 de octubre de 2008

Todo pasa; solo que hay cosas que duran mucho en hacerlo.

He de decir la verdad, se ha convertido en mi vida y por lo tanto en mi muerte, en mi voz y mi silencio.
He de decir que se mueve por mi sangre como el fuego interno que corre por mis venas por su amor.
He de decir que soy las letanías que salen de su boca. Soy ese sol de media noche que nunca logra iluminar su retina. Soy el hijo engendrado por sus tristezas y su melancolía.
Tal vez soy esa muerte que arrastra, como ese peso que no duele cargar por ser el remedio para todos los males.
He de decir que es ella ese veneno que corre por mis sesos y por las fibras de mi corazón.
Es la muerte que he de amar por ser lo único real.
¿Qué he hecho para que su hiel haya enjugado mi lengua con tanto deseo y pasión?¿Qué he hecho para ser ese que carga el peso de su infinidad y de su insignificancia?
Ya no quiero ni moral, ni valor, ya no quiero hipocresía bajo el seudónimo de cordialidad. Ya no quiero las puestas de sol ni la luna llena. Ya no quiero ni blanco ni negro. Solo quiero la verdad, la única verdad: morir.
Al morir, quizás tenga por fin la seguridad de haber vivido, esa seguridad que no generara nunca, el vivir como vivimos.
Al morir se cerraran las heridas, la sangre dejara de brotar y mi boca ya no tendrá ese sabor a muerte que produce el vivir.
Que los demonios desgarren mi alma por ganar un insignificante pedazo de humanidad, porque a mi solo me interesa morir. Pero morir de verdad, sin cielo, sin infierno, sin historia, sin esta que tanto me duele.
Pero un momento, que acabo de tener una revelación: cuando pienso que realmente lo único que queda es morir, entra un angel en la pequeña sala de biblioteca en la que estoy, y hace que me percate de que para poder morir, primero he de vivir, y con ella, que ahora me sonríe y a la que pienso invitar a tomar algo, lo voy lograr, así sea solo esta noche.

Alexander Mendoza.

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