martes, 25 de noviembre de 2008

Con sabor a manzanas y miel

Allí estaba el patético Mauricio, sentado, o mas bien, echado en el sofá de la casa de un tipo que la verdad no conocía mucho, un compañero mas de trabajo que organizaba una fiesta aquella triste noche. Cuando Mauricio se entero de que aquella noche habría fiesta, vio la oportunidad de ahogar sus penas en un torrente de alcohol, vio la oportunidad de sacarse de la cabeza por un rato a Liliana.
Liliana era su novia, la que se canso de que el pobre Mauricio no tuviera tiempo para ella, y aunque lo amara profundamente decidió que esa relación en la que solo estaba él como una voz en el celular o como una hermosa carta de amor, que para Liliana nada valía sin el beso, sin el abrazo, sin que hicieran el amor, definitivamente debía terminar o tan siquiera recapacitar.
Para el desgraciado Mauricio fue un golpe duro a pesar de que Liliana le había dicho por ultima vez: Te amo, y cuando estés dispuesto a compartir algo de tu vida conmigo, entonces puedes volver- dejando así las puertas abiertas, él no quería dejar el trabajo en el que a pesar de realizar tareas inclusive en casa, la paga era bastante buena, bastante constante.
Y como iba diciendo, allí estaba el pobre Mauricio, a las 4 de la mañana, comprobando, de forma severa que con el alcohol solo se logra un estado en el cual se es mas propenso a recordar y a amar locamente. Allí estaba, y pensaba en que la casa de su amada no estaba nada lejos de aquella casa en la que departía un hipócrita momento de deliciosa estupidez.
Varios compañeros ya dormían, en el piso, en las sillas, en cualquier lado. Otros, a los que el alcohol a torrentes no pudo tumbar, hablaban del jefe en tono burlón.
Mauricio no podía sino pensar en Liliana, en su cuerpo, esculpido genialmente, en su cabello lleno de tanto misterio y feminidad, en sus besos con sabor a manzanas y miel. Se iba a enloquecer allí, así que se levanto y empezó a correr escaleras abajo, abrió la puerta y se encontró con la fría madrugada que lo engullo de buena gana con sus heladas fauces. A este hombrecito no le importo y corrió atravesando la oscuridad y el frió de la madrugada, corrió y no le importo nada mas que descansar en brazos de su amada, sentirse dueño de su almohada como antes lo había sido. Pensó en que lo único real y valioso en su vida era aquella mujer, estaba decidido a no perderla por nada del mundo, ya no le importaba ni su trabajo ni su vida sin ella.
Al cabo de unas mal calculadas doce cuadras, Mauricio se encontró frente a la puerta de aquella que lo hacia sufrir o mejor por la que sufría, por que Liliana no haría sufrir a nadie a voluntad, es un ángel.
No le importo que faltasen quince minutos para las cinco de la mañana y timbro repetidas veces. Liliana abrió, tenia el cabello extrañamente peinado para estar durmiendo, no había duda, era hermosa bajo cualquier circunstancia. Él la beso y no ceso de hacerle mil promesas sobre los dos y sobre que dejaría su trabajo. Liliana no entendió ni una palabra de aquel ebrio de amor por ella, pero entendió a la perfección lo que estaba hablando, pues ella le había dicho que volviese solo en caso de renunciar a su trabajo.
Subieron las escaleras unidos en un excitante beso que los condujo a la cama para llevar a cabo la comunión del uno con la otra para con el amor.
Mauricio despertó a las 8 de la mañana, Liliana aun dormía, observo con los ojos llenos de amor a aquella mujer hermosa que parecía salida de un cuento de hadas. Y entonces Mauricio se dio cuenta, cuando rozo sus labios con los de Liliana de que no la amaba y de que nunca lo había hecho, el simplemente amaba el delicioso sabor de sus besos, ese delicioso sabor a manzanas y miel. Se vistió rápidamente con cuidado de no despertar a la bella durmiente de quien se despidió diciendo – Ciao bombón. Salio de la casa y se dirigió a una tienda en donde compro manzanas y miel suficientes para no volver a la casa de Liliana nunca mas.

Alexander Mendoza.

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